domingo, 24 de julio de 2011

Poema de verano

Llega el verano, llegan las risas,
llega el calor y la gente con prisas.
Terraza de jazz, cervezas frías,
y para desayunar tostadas con mantequilla.

Más tarde la playa en una ciudad perdida.
Qué bonita la arena que ahora ya nadie pisa.
Pero no todo es bonito, me falta una cosa.
Me faltas tú para darte esta rosa.

viernes, 22 de julio de 2011

La gran batalla

Relato inspirado por esta canción.




En el pueblo de Katterpix, todo se regía según las leyes que su dictador, el Gran Krauss, quería. O eso creía él. Desde hacía unos meses, sus habitantes, cansados de tanto dolor y violencia, decidieron vengarse. Llevaban meses preparando la operación. Si todo salía bien, este acto sería el fin del mandato de Krauss. Con Kirkman al frente, todos los hombres de Katterpix, cogieron espadas, hachas y arcos, se armaron de valor y fueron en busca de la victoria.

Cientos, miles de personas se agolpaban a las puertas del castillo exigiendo la cabeza del Señor. Los primeros intentaban derribar las puertas mediante un gran tronco mientras su líder, Kirman, gritaba:


-¡Estad preparados! ¡No sabemos a lo que nos enfrentamos, pero no nos rendiremos! ¡No tengáis piedad, matad a todo el que se cruce en vuestro camino! ¡Somos más y mejor preparados!-después, de cara al castillo, gritó -¡Krauss! ¡Sal aquí fuera y enfréntate a tu destino! Venimos a mataros, y no nos iremos hasta conseguirlo!


Con el último grito se abrieron las puertas y todos entraron sin mirar atrás. Miles de orcos estaban esperándolos, pero ellos no se amedrentaron. A su paso desmembraban a sus oponentes, cortaban cabezas, clavaban espadas. Pero no frenaban su avance. Decidido, preciso y constante. Hasta el más joven de los guerreros, que no alcanzaba los 17 años, armado con una espada corta, era tan sanguinario como el más cruel de los piratas. Algunos compañeros se desangraban a causa de las heridas que los orcos les abrían en sus cuerpos, pero ellos no se detenían, seguían blandiendo sus armas hasta que el último aliento se escapaba de sus bocas. Al fin llegaron al Gran salón, donde el odiado dictador les esperaba:


-¿Quiénes sois y quién os envía?

-Somos tus esclavos y venimos a mataros.

-Después de todo lo que he hecho por este pueblo, ¿y así me lo pagáis?

-Tú no has hecho nada, sobrevives gracias a nosotros.

-Mide tus palabras, o me veré obligado a castigarte.

-¡Cállate y pelea por tu vida!

-¡Habrás deseado no pronunciar esas palabras!

-¡Adelante, chicos! ¡Sin piedad!


Los arqueros empezaron a disparar mientras los demás entraban en el Gran Salón blandiendo sus espadas y sus hachas. Los orcos les superaban en número, pero eso no les frenó. Los dos ejércitos que poblaba el Salón se enfrascaron en una guerra a muerte por la libertad. Poco a poco, el suelo de la estancia se fue cubriendo de un manto viscoso de color granate, donde los vencidos, orcos y hombres, caían salpicando a los que seguían en pie. Kirman se abría camino entre la batalla. A su paso, veía como sus hombres luchaban con todas sus fuerzas. Uno de ellos estaba casi derrotado. Un orco le había desarmado cortándole el brazo y tirándolo al suelo. Pero, lejos de rendirse, agarró su brazo, que aún sostenía la espada, y se la clavó en la cabeza al orco. Otro buscaba a tientas un oponente con su espada -le habían sacado los ojos- agitándola en todas direcciones, pero con precisión. Los arqueros ya habían guardado sus arcos y ahora peleaban con sus espadas, matando orcos sin piedad alguna. Los hombres de Katterpix luchaban con fuerza y valor, pero con eso no bastaría.


-¡Arrancádles la cabeza! ¡Coged sus armas una vez los hayáis matado! -les ordenó Kirkman a sus hombres.- ¡Y ahora, Krauss, prepárate a morir!


Mataron a todos los orcos, ya sólo quedaba su líder. Todos los hombres se abalanzaron sobre él, pero Krauss se defendía. De un sólo movimiento de espada, la hoja de la misma se llevaba consigo las cabezas, brazos y piernas de sus oponentes. Mientras sus hombres intentaban cansar a Krauss, Kirkman acechaba por detrás del dictador, esperando su confianza. Éste se dio la vuelta, pero ya era tarde. La espada de Kirkman atravesó su pecho, mientras los demás aprovecharon este ataque para ensañarse con él. Krauss estaba ahora tirado en el suelo, pero gritaba con odio:


-¿Creéis que habéis vencido? Me habéis matado a mí, pero otro ocupará mi lugar. Estáis perdidos, y lo sabéis. No podréis sobrevivir sin mí.

-Eso ya lo veremos -dijo Kirkman antes de cortarle la cabeza de un tajo.


miércoles, 13 de julio de 2011

Herencia inconsciente


A buen ritmo de jazz por el amigo Cullum, del que podré disfrutar mañana, 14 de Julio, y después de varios días acudiendo a distintos conciertos se me viene a la mente lo que he titulado Herencia Inconsciente. Se trata de los hábitos, gustos y costumbres que vamos adquiriendo gracias a nuestro entorno.

Estoy seguro de que pocos jóvenes de mi edad saben disfrutar de este tipo de música, ya que lo que más se escucha ahora son variantes totalmente diferentes. Mi caso es completamente diferente. Mis primeros recuerdos musicales se ubican en casa de mis abuelos. Siempre que entraba la casa ya estaba llena de artistas como Louis Armstrong o Miles Davis. Las paredes estaban repletas de discos desde el suelo al techo. En cualquier lugar de esa casa encontrabas diferentes artistas, y mi abuelo sabía en qué lugar estaba el un disco concreto de un artista y una época determinada. Además aprendí a ver con otros ojos instrumentos como la tuba, el piano y sobre todo, el saxofón. Desde que tengo memoria, mi tío siempre ha tocado el saxo. Recuerdo como los dos nos encerrábamos en la salita y me regalaba distintas melodías con las que yo me divertía.

Al mismo tiempo, en este tiempo de verano, llegaba el festival de jazz de Vitoria, al que en un principio iba con mis abuelos y unos bocadillos. Entonces pude disfrutar de veteranos del jazz, como dice mi abuelo. Aquellos veteranos fueron desapareciendo, con la consecuencia de la falta de asistencia a los posteriores festivales. Hablo de mi abuelo, porque su puesto fue ocupado por mi tío, que es el que entonces me llevaba al mismo festival, pero con ritmos diferentes, más modernos. Así conocí a artistas como Jamie Cullum o Santi Ibarretxe con su loco e incomprensible Primital.

Ahora ha llegado el momento de disfrutar de dichos músicos en solitario, quizás con algún acompañante, lejos de aquellos que me enseñaron a apreciar el jazz, pero siempre agradeciéndoles en silencio que me hayan transmitido esta Herencia Inconsciente.